Los seres vivos intercambian materia y energía con el ambiente. Esto lo hacen según diferentes estrategias. Entre ellas, cuentan con algunas que les permiten conocer las características del ambiente, es decir, obtener información de él. Por ejemplo los chanchitos de tierra o bichos bolita suelen encontrarse en lugares oscuros y húmedos como debajo de madera podrida o en rendijas y grietas debido a que necesitan estar en contacto con una superficie húmeda para poder respirar (realizar el intercambio gaseoso por medio de unas laminillas ventrales al final de su cuerpo). Son crustáceos y por lo tanto necesitan la elevada humedad que se mantiene en esos lugares. Si los dejamos al descubierto exponiéndolos al sol, veremos que rapidamente se desplazan buscando la oscuridad. Esta conducta se debe a que la exposición al sol disminuye la humedad de su espacio. Por algún mecanismo, los bichos bolita captan el cambio en el ambiente y también de alguna manera, reaccionan ante él.
Otro ejemplo, pero en relación con las plantas, lo podremos observar en un jardín donde el jardinero ha ubicado cada planta en un lugar particular de acuerdo con su mayor o menor requerimiento de luz. Sin embargo, podríamos hacer la prueba de ubicar una planta que necesita luz directa en un lugar donde no la reciba. Con el tiempo, se notará que la planta crece hacia la luz. Existen mecanismos por los cuales las plantas captan la orientación e intensidad de la luz y crecen de modo tal que se orientan hacia ella. Podemos decir entonces que ante un cambio ambiental, como en la intensidad de luz, la planta también capta esa información y responde.
También se dan interacciones con el ambiente en otros seres vivos, como los microorganismos. Con respecto a la luz, algunos se alejan de ella y otros se acercan. De manera similar, pueden reaccionar acercándose o alejándose ante otras condiciones ambientales, como la temperatura o la concentración de oxígeno.
En conclusión, los seres vivos reciben información del medio donde se encuentran, lo que constituye un estímulo, y realizan acciones que son una respuesta a esa información. Los mecanismos con los que cuentan para hacerlo son tan variados como la diversidad de especies existentes en la naturaleza, y en conjunto permiten que lleven a cabo la función de relación. La información puede ser captada gracias a que cuentan con estructuras especializadas denominadas receptores, y las respuestas son llevadas a cabo por los efectores.
Algo más: Una célula es sensible a un cambio en su medio ambiente («estímulo») y reacciona de forma apropiada («respuesta»). Así, un protozoo nadará hacia una gota de una solución de azúcar depositada en el agua a su alrededor, o se alejará de una gota de ácido. Ahora bien, este tipo directo y automático de respuesta es adecuado para una sola célula, pero significaría el caos para una agrupación de células. Cualquier organismo constituido por un cierto número de células debe tener un sistema que coordine sus respuestas. Sin tal sistema, sería semejante a una ciudad con personas recíprocamente incomunicadas y que actuaran en virtud de objetivos contrapuestos. Así, ya los celentéridos, los animales multicelulares más primitivos, tienen los rudimentos de un sistema nervioso. Podemos ver en ellos las primeras células nerviosas («neuronas»), células especiales con fibras que se extienden desde el cuerpo celular y que emiten ramas extraordinariamente finas.
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